El deporte de alto rendimiento y su posicionamiento como espectáculo ha hecho que veamos como diversas disciplinas modifican sus tradicionales calendarios e incluso reglas para hacerlos más atractivos y frecuentes. Modelos como el de la NBA (baloncesto), el circuito de la ATP (tenis) y cómo no, el fútbol profesional han visto cómo cada vez hay más competiciones, una mayor exigencia física y menos tiempo para el entrenamiento y la recuperación (Esteves et al.2021; Julian et al. 2021).
Ese cambio quizás es más evidente en la actualidad del fútbol profesional, con la modificación de los horarios de los partidos, la aparición de nuevas competiciones (Nations League, Conference League, etc.) e incluso el cambio de fecha del Mundial de fútbol de Qatar 2022. Además, eso también se está haciendo palpable en los datos de rendimiento, y es que en las principales ligas, los jugadores contabilizan cada vez más partidos por temporada, con parámetros de intensidad cada vez más altos (Lago-Peñas et al. 2022; Hannon et al. 2021; Zhou et al. 2020; Liu et al. 2020; Longo et al. 2019; Barnes et al, 2014) y con un descanso incompleto entre partidos.
Como consecuencia lógica de estas demandas incrementales, las estrategias de recuperación para reducir la fatiga del jugador y el riesgo de lesiones manteniendo el rendimiento están en pleno crecimiento. (Field et al. 2021).
Sobre este asunto trata precisamente el artículo de Warren Gregson, Glyn Howatson y Robin Thorpe publicado en la revista de septiembre de 2022 de Aspetar.
Una revisión sistemática con metaanálisis de reciente publicación (Altarriba-Bartes et al. 2020), expone que la calidad de la recuperación post partido es un factor clave en el mantenimiento del rendimiento en el fútbol de élite a largo plazo. El entrenamiento y la competición en fútbol asociados a una incorrecta recuperación, conllevan una reducción en el rendimiento, tanto físico como mental, en el jugador de élite. Por ello, parece lógico pensar que una sola estrategia de recuperación y/o un enfoque genérico único para todos no cumpla con los objetivos (Minnet & Costello, 2015). Sin embargo, una recuperación individualizada en la que las estrategias se secuencian sistemáticamente en puntos de tiempo independientes para coincidir con la fuente de estrés fisiológico, junto con la consideración de una adaptación favorable, podría ser un enfoque beneficioso en el fútbol profesional (Thorpe et al. 2017).
Un enfoque de recuperación periodizada vinculado al modelo tradicional de periodización táctica del fútbol (Aquino et al. 2016) parece ser una metodología adecuada para disminuir la fatiga y acelerar la recuperación y la adaptación. Teniendo en cuenta la evidencia científica disponible, Warren Gregson, Glyn Howatson y Robin Thorpe presentan una posible estrategia de recuperación periodizada para optimizar el continuo estrés-recuperación-adaptación en escenarios típicos del fútbol de élite, que veremos en las figuras 1 y 2.
En la figura 1, podemos observar una semana tipo en la que se juega un partido cada 7 días, lo que permite programar una recuperación de 6 días. Los 2 primeros, se dedican enteramente a la recuperación (MD+1 y +2), seguido de 2 días de condicionamiento (fuerza en el MD+3 y resistencia MD-3) y los últimos 2 días de tapering o preparación para el partido (velocidad en el MD-2 y reacción en el MD-1), donde se reduce considerablemente la carga de entrenamiento.
Figura 1. Ejemplo de microciclo de un equipo de fútbol profesional en el que se muestran los días de competición, el foco de entrenamiento de cada día y la estrategia de recuperación periodizada. Extraída de Gregson, Howatson y Thorpe (2022)
Además de la compresión, el rango de movimiento y la recuperación activa, incluyen estrategias de enfriamiento y calentamiento en distintos momentos de la semana. Destacamos que en el MD+2 se proponga una recuperación de enfriamiento o calentamiento en función de los síntomas del jugador. Si 48 horas después del partido se siguen experimentando síntomas de dolor muscular (DOMS) se recomienda una estrategia de enfriamiento. Por el contrario, en el resto de situaciones la estrategias de calentamiento son prioritarias.
La figura 2, muestra una semana congestionada, en la que se incluyen 3 momentos de competición. En este ejemplo, cada 4 días hay un día de competición (MD), como ocurre cada vez más habitualmente en los calendarios del fútbol de élite. Esto fuerza a que la calidad de la recuperación sea óptima para mantener un buen rendimiento y prevenir las potenciales lesiones.
Figura 2. Ejemplo de microciclo congestionado de un equipo de fútbol profesional en el que se muestran los días de competición, el foco de entrenamiento de cada día y la estrategia de recuperación periodizada. Extraída de Gregson, Howatson y Thorpe (2022).
De manera similar al ejemplo de la figura 3, en la 4 tenemos una fase de recuperación, que mantiene 2 días (MD+1 y +2), seguida de un día de tapering en el MD-1, donde no se hace una sesión de velocidad, sino de reacción. Se elimina por tanto todo el componente de acondicionamiento, ya que no existen sesiones de fuerza, resistencia ni velocidad. El objetivo en estos microciclos no es mejorar el rendimiento, sino tan solo mantenerlo y evitar una potencial lesión.
Por ello, en semanas de congestión, la calidad de la recuperación es incluso más importante. Las mismas estrategias de compresión, rango de movimiento, recuperación activa, enfriamiento y calentamiento se mantienen en distintos momentos de la semana. Es relevante tener en cuenta que el MD+2, donde se establecía la disyuntiva de una recuperación de enfriamiento o calentamiento en función de los síntomas del jugador, ahora es también el MD-2.
Además del uso de la termografía para la prevención de lesiones, y el seguimiento de ciertas patologías, existe una derivada muy interesante en la que la temperatura de la piel puede utilizarse para la medición de la carga interna y los procesos fisiológicos asociados a la fatiga.
Robin Thorpe (2021) publicó el año pasado un artículo en el que describía dos tipos diferentes de fatiga tras competición (daño estructural y fatiga metabólica) y cómo su identificación era importante para poder escoger una estrategía de recuperación adaptada. En ese sentido, publicamos en esta entrada cómo la temperatura de la piel puede estar asociada al tipo de fatiga, y por ende, si es preferible una estrategia de enfriamiento y calentamiento.
Profundizando en esta idea es interesante la manera en que Warren Gregson, Glyn Howatson y Robin Thorpe utilizan ciertos medios térmicos para la modificación del entorno fisiológico con el objetivo de acelerar la recuperación.
En la figura 3A, podemos observar el caso real de dos jugadores de fútbol de LaLiga con un calendario de partidos congestionado. Sin embargo, apreciamos ciertas diferencias en cuanto a su comportamiento térmico 48h después del partido. Mientras que el primer jugador experimenta una reacción habitual con un aumento de temperatura (daño estructural) con respecto a su histórico (coeficiente de variación), el segundo tiene el patrón inverso, con una reducción generalizada de su temperatura. Además sumaba una fatiga física y mental por su participación en un torneo internacional. Más específicamente, dicho jugador tuvo un partido con su selección, realizó un vuelo transatlántico (+15h de transporte y cambio de huso horario de +4h) y un partido con su equipo, todo ello en apenas 4 días, como podemos ver en la figura 3B.
Figura 3. Comportamiento térmico opuesto en dos jugadores con similar carga de entrenamiento y competición, uno que juega sin viajar y otro viajando (A). Semana altamente congestionada con un viaje y respuesta térmica fría de un jugador de élite (B).
En este jugador, se aprecia una temperatura global más fría, hecho que se ha relacionado habitualmente con una fatiga metabólica, como explicamos en esta entrada.
En la figura 6, podemos observar los perfiles térmicos de un jugador de la LaLiga española, por medio de la métrica de coeficiente de variación. De un simple vistazo, identificar los momentos en los que el jugador tiene una respuesta térmica caliente, fría y neutra. Gracias a la información aportada por la termografía y, en especial, por los comportamientos térmicos globales en las 48 horas posteriores al partido (MD+1 y MD+2 o +24h o +48h) se puede establecer una correlación entre el tipo de fatiga y la temperatura. Así, los momentos en que el jugador experimentó un aumento global de su temperatura, se priorizó una estrategia de recuperación con inmersión en agua fría y, sin embargo, cuando el jugador tenía un patrón generalizado más frío se decidió realizar una sesión de sauna para aumentar su temperatura global.
Figura 4. Jugador de LaLiga, con diferentes respuestas térmicas y la estrategia de recuperación elegida en cada momento.
Con el objetivo de optimizar la recuperación en el alto rendimiento es fundamental priorizar el descanso, la nutrición y la hidratación. A partir de entonces, se deben considerar estrategias de recuperación que alivien el estrés fisiológico específico en el que se incurre en cualquier punto del proceso de recuperación (Kellmann et al. 2018).
El papel de la estrategia de recuperación asistida dentro del tiempo de recuperación es esencial en el panorama competitivo actual. En la adaptación de la figura 5, podemos observar la línea punteada roja representando la recuperación no asistida, donde tras el partido (1) comienza el tiempo de recuperación, que tiene un pico de supercompensación (3) hasta volver al estado basal (4). De manera similar, el ejemplo de recuperación asistida en línea punteada verde, también experimenta un pico de supercompensación (2) hasta volver al estado basal (4). La diferencia radica en el tiempo hasta la recuperación óptima, que es considerablemente menor en el caso de la recuperación asistida.
Figura 5. Impacto de la recuperación asistida vs. no asistida en la función de los jugadores de fútbol tras un partido. Adaptado de Aspetar (2022).
Específicamente en fútbol, las estrategias más habitual son la recuperación activa, un día de recuperación estructurado, el día extra de descanso, masaje, terapia de inmersión en agua fría, la medicación para dormir y el aporte de hidratos de carbono o proteínas (predominantemente el día del partido y el MD+1) (Field et al. 2021).
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